La muerte es el máximo enigma de la vida humana, la Biblia nos brinda un rayo de luz y de esperanza en cuanto al tema de la muerte. Aunque existen personas que ven la muerte como únicamente regresar al polvo, aniquilando la existencia del ser humano totalmente. Los Evangelios afirman que los muertos resucitan (Mt 11:5), el mensaje de Jesucristo es básico para entender el tema de la resurrección. El más antiguo de los evangelios, Marcos, relata, testifica y anuncia la resurrección de Jesucristo (Mr 16:1-8). La muerte de Jesucristo no fue una muerte aparente si no fue en demasía real, cruel y cruda. El desafío lo formula claramente el Apóstol Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” (1 Co 15:55).

Para Jesús los muertos resucitan, no pueden ya morir, son inmortales, son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección. Esto no es nuevo, ya lo indicó Moisés: el Dios de nuestros padres no es un Dios de muertos, sino de vivos, para él todos viven. Jesús habla de su propia muerte como dar un paso de este mundo al Padre (Jn 13:1), un paso de este mundo sometido a la muerte al mundo nuevo resucitado a la vida. Se va, pero regresa: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis” (14:19). Las parábolas del grano de trigo que cae en tierra (12:24) y de la mujer que da a luz (16:21) manifiestan cómo se sitúa Jesús ante la muerte.

La muerte produce fruto; es como un parto. Estando en la cruz, Jesús le dice al ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43). Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él, como puede observarse en el evangelio según San Lucas 9:24 y en el libro de Daniel 12:2; (ver 2 Macabeos 7). Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que creen en Él: “el que cree, tiene vida eterna” (Jn 6:47).

Para el Dr. Hans Küng, la resurrección y la resucitación son expresiones alegóricas, simbólicas, tomadas del despertar y levantarse de un sueño. El despertarse de la muerte no se refiere a un retorno al estado anterior, donde la vida es ordinaria, sino de una transformación sustancial a un estado enteramente diferente, insólitamente nuevo, absoluto, definitivo: la vida eterna. “La vida eterna es susceptible de esperanza, pero enteramente inaccesible a la intuición y la representación”.

Para el Teólogo Tamayo-Acosta, cuando se habla de resurrección no debe hacerse únicamente como un acontecimiento, sino como la razón misma de la vida, que se actualiza día con día. La resurrección es el fundamento de la fe y esperanza cristiana que se convierte en una certeza activa. Para el judaísmo Novo testamentario, la resurrección de los muertos tenía una aceptación parcial. Los fariseos la afirmaban y la concebían como continuación de la vida terrenal. Al mismo tiempo los saduceos (el grupo más conservador del judaísmo) negaban la continuación de la vida a través de la resurrección.

Ellos negaban esta doctrina por no encontrarla testimoniada en la tradición mosaica escrita. Para los saduceos su enfoque no estaba en la resurrección sino en la vida terrenal, de la cual ellos no se privaban de nada, rodeados de posiciones privilegiadas sociopolítica y religiosa envidiable. Es en el judaísmo tardío donde la resurrección llega a ser el centro de la confesión de fe de la cristiandad. Jesucristo es la centralidad de la experiencia de la resurrección; y Él compartía la esperanza en la resurrección universal (justos y pecadores) de los muertos.

El testimonio de la resurrección de Jesucristo invita a que se examine la vida inevitablemente, así mismo genera resistencia porque contradice el mundo existente. No es posible una verificación histórica objetiva, la resurrección ha de entenderse de un modo práctico, no como un evento aislado que únicamente afecto a Jesús, sino al ser humano en general.

El Apóstol Pablo y su aporte al tema de la resurrección es la reflexión más sólida y consistente de todo el nuevo testamento. El primer texto paulino donde aparece fundamentación se encuentra en la primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4:13-18), Pablo intenta responder a la problemática que aquejaba a la comunidad de Tesalónica. Es allí donde él dirige su mensaje tocando el tema del fin y la preparación a la segunda venida de Cristo.

La confesión de fe a Cristo constituía la mejor garantía de la salvación el día del juicio. Pero eso generó la incógnita ¿Qué pasa con los miembros de la comunidad que ya habían fallecido, quedarían excluidos de la salvación? Su respuesta está cargada de simbolismos apocalípticos. Se refiere a los difuntos utilizando el término griego Koimomenon, cuyo significado es los que duermen (utilizado en Dt 12:2, como primer mensaje de resurrección) y expone la razón en la que se apoya esa esperanza: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

El Apóstol Pablo profundiza este mensaje en 1 Corintios 15:1-28 y aclara que quienes estén aún con vida cuando sea la segunda venida de Cristo no cuentan con ninguna ventaja sobre los que murieron antes; todos han de ser acreedores de la resurrección por igual; primero los muertos, después los vivos.

Al tema sobre la resurrección y su reflexión el Apóstol Pablo lo convierte en un tema clave para la teología paulina a través de la primera carta a los Corintios capítulo 15, en las comunidades de Corinto con frecuencia se escuchaban las propuestas gnósticas en torno al tema de la resurrección, estos podrían ser a favor o en contra. El, Apóstol Pablo se enfrenta en Corinto al mundo griego y su negativa hacia el tema de la resurrección. Pablo no trata de demostrar la resurrección, sino de quitar del camino toda la incredulidad.

Si no existe resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado. En cuyo caso carecería de fundamento la predicación y, peor aún, la fe. Es más: si Cristo no ha resucitado, se cierra todo horizonte de salvación para los creyentes, toda esperanza después de la muerte. Si la esperanza que tenemos en el Mesías es solo para esta vida, «somos los más desgraciados de los hombres» (1 Co 15:19).

Habiendo dicho esto y mostrado las consecuencias negativas del hecho de que no haya resurrección, se ocupa de los aspectos positivos que emanan de la misma, para Pablo la resurrección no es algo que inicie y termine en Cristo; tiene un despliegue más amplio, posee un alcance salvífico que, Pablo expresa a través de la alegoría «primicias de los muertos» y usando expresiones similares.

La resurrección de Cristo y la de los hombres no son acontecimientos biológicos o históricos, son acontecimientos unidos a la fe. Es el nacimiento a una nueva vida que no puede medirse ni cuantificarse humanamente, una nueva vida dominada por la esperanza. La respuesta de Pablo a las angustiosas preguntas de los cristianos de Corinto es que «Se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual» (1 Co 15:42-44).

Para Pablo, la resurrección solo sucede al final de la historia; es una figura a la que no puede renunciársele. Así mismo es un acontecimiento el cual no debe entenderse como un acontecimiento puntual, sino como una esperanza futurista. Pablo expresa que la salvación tiene un vínculo inalienable con la idea de resurrección, más aún: la idea de resurrección va más allá de la conservación personal y posee implicaciones sociales.

Para Tamayo-Acosta:

El destino individual no puede separarse del destino de la comunidad y de la creación. La resurrección se hace presente como un acto creador que no se limita a una simple inversión del orden existente, la resurrección afecta a la totalidad del ser humano, a su conciencia, sociabilidad, mundanidad, apertura a la trascendencia. Afecta con igual radicalidad al cosmos. Perspectiva antropológica y cosmológica se complementan: la liberación humana se pone en relación con la liberación del cosmos. Ello aporta una determinada actitud ante el mundo: no la huida, sino la inserción en él, el compromiso en su transformación. El cambio que inaugura la resurrección en el mundo no se sitúa en la esfera física, sino en la antropológica.

Tanto el Dr. Küng, así como el Dr. Tamayo-Acosta, coinciden en que la resurrección es parte fundamental de la fe cristiana y base para la esperanza hacia la vida eterna.

Wendy Pineda