Pertenezco a una familia un poco ruidosa, todos somos gritones por naturaleza y nuestras risas son de esas que se escuchan en la garita de la colonia. Creo que conoces a alguien que es así o tú misma eres una integrante de esas familias. Nosotros somos tan gritones que cuando era novia de mi esposo él me pedía que no le gritara, y yo me moría de la pena porque muchas veces no estaba peleando, simplemente comunico mis sentimientos de manera efusiva.


Vivimos en una era donde todo nos grita, nuestro entorno está plagado de propaganda, de música a todo volumen, de bocinas sonando en el tránsito de la ciudad que cada día está peor, de series y películas gritando a toda voz los defectos de nuestra sociedad y estamos total y completamente acostumbradas a esos gritos, los vemos tan normales que simplemente no nos parecen un grito, sino algo completamente normal.


Creo que Juan, mi esposo después de 18 años de relación se acostumbró a mi tono de voz alto y gritado, a mi papá ahora le hace falta que en las madrugadas mi hermana y yo nos matemos de la risa por tonterías dis que siendo silenciosas, y nosotros estamos tan acostumbrados al tono de mi papá que personas externas a la familia pueden llegar a creer que mi papá está enojado por su forma de hablarnos. Nosotros solo somos una familia ruidosa, pero ¿Qué hay de cuando normalizamos los gritos del mundo exterior? Hay un gran peligro si piensas que todos y todo se van a dirigir a ti en voz más alta de lo normal.


El gran peligro es perdernos de escuchar la voz de Dios, te explico por qué. En 1 Reyes 19:10-18 encontramos al profeta Elías dentro de una cueva, las situaciones que lo llevaron allí son irrelevantes ahora, pero nos encontramos a un Elías agitado, preocupado y buscando una respuesta del Señor, Elías deseaba que Dios le diera una respuesta a su interrogante, y como él tenía miedo y estaba molesto, esperaba que Dios le respondiera con un grito. Buscó a Dios en un viento fuerte e impetuoso, pero no lo encontró allí; por segunda vez lo buscó en un terremoto y tampoco allí lo encontró; luego un incendio azotó la cueva donde estaba Elías, pero Dios tampoco estaba en el fuego, ¿Lo ves? Elías buscaba que como él estaba enojado, Dios le gritara de vuelta.


Después del incendio hubo un gentil susurro, y esa era la voz de Dios. Mi querida amiga, si estás desesperada por dirección de Dios, por una respuesta, por una palabra de aliento que venga de parte de Dios no esperes que Él te grite, Él habla a través de suaves susurros, tenemos que estar tranquilas, en paz, en silencio y esperar su suave respuesta. Ni siquiera cuando estamos en pecado Dios se acerca a nosotros de manera agresiva, su voz es un suave susurro.


Dios ama mi naturaleza bulliciosa, Él me hizo así, pero me ha enseñado que si quiero hablar con Él debo estar atenta a su respuesta, callada, en silencio para poder escuchar su tierna y dulce voz. No permitas que su voz se vea apañada por los gritos del mundo.

Julieta de Escobar